5.02.2010

Ritual satánico de Joaquín Balaguer (Fragmento de "El pacto de los rencores")

Para octubre de 1992, Joaquín Balaguer sufrió la pérdida repentina de su querida hermana Ema Balaguer. La señora murió de un infarto al miocardio en su casa, recién llegada de una visita al monumental Faro a Colón, una obra terminada ese año por el gobierno de su hermano. La ciudad capital se llenó de comentarios. La versión más socorrida acerca de la causa de la muerte, era que había sido víctima del maleficio que ofrecía el Almirante descubridor Cristóbal Colón. Era una creencia muy generalizada entre los dominicanos, que todo contacto con la figura de Colón daba mala suerte, incluso alentaba la tragedia. La mató “el fucú”, decía la gente.

Ante la construcción del faro se desataron muchas críticas a Balaguer. La enorme mole de cemento era un dispendio en un país plagado por la miseria. Balaguer, soberbio, lanzó un desafío a sus críticos. “Sólo Dios podría impedir que yo inaugure el faro”. Se dice que la muerte de su hermana fue un castigo de Dios a su soberbia.

El presidente, al ser notificado de la dolorosa muerte de su hermana, voló inmediatamente del palacio de gobierno a su casa, que era la misma de su hermana. Una vez allí, impartió órdenes precisas que fueron cumplidas sin demora. “Coloquen el cadáver sobre su cama. Pónganlo sobre un colchón de hielo para que no se descomponga y cierren la habitación herméticamente”. Balaguer hizo que le colocaran un sillón al lado de la muerta, se sentó allí, le tomó la mano derecha con su mano izquierda y se dispuso a pasar en aquel lugar tres días y tres noches encerrado, sin más compañía que el cadáver de su hermana Ema. Eran las tres de la tarde de un sábado de aquel octubre. Sólo una persona de su extrema confianza podía entrar a llevarle su jugo de jagua y un helado de tamarindo, así como ponerle el hielo necesario al cadáver y sacar el agua del hielo derretido. ¿Qué significaba todo aquello? Se trataba de un ritual satánico.

“Soy de hierro
La fuerza toda en mí se resume
Cual todas las maldades las resume Satán.”

Consistía este ritual en lo siguiente: cerrado el cuarto, el alma de la muerta no podía salir, salvo por el conducto de la mano –una especie de correa de transmisión–, para pasar al cuerpo de quien la asiera. Según el ritual el cuerpo de la muerta no podía estar en ataúd, sino sobre su cama, como en efecto se había hecho. Para que la ceremonia tuviera el efecto deseado, debía durar tres días y tres noches; al cabo el alma era absorbida absolutamente por quien tuviese la mano de la muerta agarrada. No podía soltarla en ningún momento. Ese tiempo era dedicado por el destinatario del alma a una concentración profunda y de ruegos a entidades superiores, que le entregarían el espíritu solicitado. ¿A quién o a quiénes en realidad imploraba Balaguer? Al demonio, según el criterio de un experto en esta clase de misterios. Afirmaba asimismo que Joaquín Balaguer fue uno de los pocos magos mayores de su tiempo. Que tenía la facultad de comunicarse con las divinidades satánicas. “El cardenal López Rodríguez es otro”, con igual o parecida fuerza.

Alguien, enterado del propósito del ritual practicado por Balaguer, exclamó con hondo deseo: “Oh, Dios, ojalá el espíritu de esa noble señora se apodere del espíritu y del cuerpo de ese azote de su pueblo”.

Al cabo de tres días y tres noches sin dormir, sin fatiga alguna, apenas topándose el estómago, Balaguer emergió a la vida como de las profundidades de un lugar misterioso, rejuvenecido, con una vitalidad que asombró a deudos y a amigos que esperaban en los espacios contiguos. El hombre se había alimentado con el espíritu de la muerta.

Esa noche se dispuso la preparación del cadáver y una multitud de indigentes nubló las calles aledañas, anegadas en llantos en muestra de dolor por la muerte de tan buena señora. Un lúgubre susurro se expandió por toda la ciudad.