5.30.2010

La hermana bastarda de Joaquín Balaguer: un verdadero misterio familiar

(Pasaje de la novela "El pacto de los rencores")

El hecho ocurrió hacia 1897, en los años finales de la dictadura de Ulises Hereaux (a) Lilís. Una joven adolescente de una distinguida familia de Puerto Plata, se enamoró apasionadamente de un cubano de unos 24 años de edad. Este vivía en el país desde hacía tres años, dedicado al tráfico de tabaco. Elegante, seductor y soltero, había logrado convencer a la muchacha de sus buenas intenciones. Se llamaba Fausto Borrego.

Amparada por el recato y la decencia, la joven Celia Ricardo, que así se llamaba, ejercía el decoro de la distancia física, como lo mandaban las normas de la época. El cubano iba a la casa de Celia a la hora establecida, y con la separación acostumbrada fue abonando su amor en el corazón de la muchacha.

A veces Borrego se iba del pueblo, donde residía, por cinco o seis días, ocupado en diligencias propias de su oficio. Durante año y medio ejerció un amor sin sospechas. Pronto vendrían sus padres de Santiago de Cuba para bendecir unas relaciones que, a los ojos de todo el pueblo, desembocarían en un feliz y eterno matrimonio.

Pero hubo un momento en que el novio tomó distancia. Sus sentimientos parecieron haber cambiado. Fue algo gradual, imperceptible al principio. Hasta que se evidenció definitivamente cuando el cubano se fue del pueblo. Había transcurrido un mes de su ausencia, cuando cundió la alarma en la familia y sobre todo en la muchacha. Empezaron las averiguaciones. Alguien lo vio en Santiago de los Caballeros, otro por San Francisco de Macorís, quién por un camino de Moca.

Al fin y al cabo, todo se hubiera reducido a un amor contrariado, que se pagaba con lágrimas e insomnios hasta que lo cubriera el olvido. Pero el llanto de la desgraciada no tenía término. Finalmente confesó su desgarrada aflicción. Estaba embarazada del cubano, que no le había cumplido su promesa de honrarla. Para los padres de Celia y para el resto de la familia esto era un asunto de honor.

¿Cómo había ocurrido semejante desgracia? Nadie se lo explicaba. Ella no quería hablar del asunto. Misteriosa seducción en un mundo hermético. Lo primero que hicieron los padres fue mandar a la muchacha, con unos tres meses de embarazo, para donde unos parientes en la ciudad de Monte Cristi, dentro del mayor secreto familiar. Lo segundo fue elevar su queja a otro pariente, el Presidente de la República, Ulises Heureaux (a) Lilís. Este tembló de indignación. Inmediatamente impartió órdenes para que un equipo especial del cuerpo de inteligencia zancajeara el paradero del cubano hasta debajo de la tierra, si fuera necesario. Era la orden precisa de un tirano.

Los espías se desplazaron por todos los pueblos del norte. La orden alcanzó, además, a las diferentes autoridades del país. Se distribuyó una foto de boscoso bigote y las demás señas particulares del perseguido. Lilís no jugaba. Y para el caso de que el cubano Borrego estuviera revestido del poder invulnerable de la brujería, Lilís tenía unas balas preparadas en el Arcajé de Haití, que no fallaban. “Balas santiguá”.

Un mes y otro mes pasó sin que se tuviera noticias del fugitivo. Un humilde campesino, con el que tenía tratos en el negocio del tabaco, y que le había brindado amparo, lo enteró de la persecución de que era objeto. Pensó cruzar la frontera hacia Haití, pero descartó esa idea, pues estaba a mucha distancia de la frontera en su escondite en un campo de San Francisco de Macorís, llamado el Pontón. Borrego, incómodo, engurruñado, respiraba y se alimentaba metido en un hoyo que se había construido a propósito de una letrina en los linderos del conuco. Allí permanecía durante el día, tapada la boca del hoyo con tablas y ramas, y por la noche salía a través de una rústica escalerita que bajaba hasta el fondo. Se había ofrecido una suma de dinero para aquel que lo delatara.

Borrego razonó que lo más prudente era dirigirse a Samaná y de allí irse a la capital en cualquier goleta, desde donde podría embarcarse de polizón para Cuba. Un día dejó su refugio y se fue por los caminos hacia el este al arbitrio de sus instintos y de su suerte, pero increíblemente se detuvo y regresó a su escondite. Tuvo miedo a los descampados. Los espías de Lilís no cejaban en su búsqueda. Al cuarto mes alguien informó. Una patrulla fue al lugar que sabemos y allí lo cazaron como a una rata hacia el atardecer del día 18 de junio de 1897. Le contaron cuarenta balazos de revólver y carabina en el cuerpo. Con él quedó tendido el campesino que le había dado refugio.

Al cabo de dos años la muchacha regresó al seno familiar. Vino sola. Y ahí comienza otra triste historia. La niña bastarda creció en Monte Cristi con el apellido materno. Se llamó Dilcia. En su biografía aneblinada hay un matrimonio, un peregrinar que la lleva de regreso a Puerto Plata, que la hace recorrer diferente localidades y al final, una tarde, la encontraron muerte después de darle un infarto mientras deambulaba entre la tierra colorada y arcillosa de Villa Juana, en la capital.

Dicen que Balaguer la despreciaba… dicen tantas cosas. Dicen que ya anciana se murió herida por la angustia, sin conocer su origen trágico. Dicen que su hermano de madre nunca la recibió en su residencia de la Máximo Gómez.

La noche del día de su muerte se oyeron los misterios del rosario en una pobre casa del barrio de Villa Juana y un "De profundis" por su alma voló por toda la ciudad.

5.16.2010

Voto de conciencia

Me ocurrió hace unos cuarenta años. Era la época en que se le tenía respeto a los estados de conciencia, cuando aún había un juez interior que dictaminaba sentencia, quitando el sueño apacible ante un acto inescrupuloso. Teníamos fe en el amor, en la historia y en la palabra del hombre.

Recuerdo aquel apacible domingo de mayo de 1970, en que como todos los domingos las muchachas venían a pasear al parque después de asistir a la misa de diez. Recuerdo tantas cosas. El caminar “cuadroso” de Titico Montaner, con sus bíceps espléndidos y su pelo engominado. El carro de fulano de tal, haciendo rondas cerca del parque, como gallo enamorando gallinas en el patio de mi casa. El bolero de moda, interpretando los sentimientos de todos los enamorados.

Los jóvenes éramos muy tímidos entonces. Y muy respetuosos con los mayores. Dominado por esos sentimientos, no me atrevía a acercarme a don Perico Pimentel, sentado en un banco frente a la glorieta. Yo tenía una inquietud o una curiosidad y quería satisfacerla conversando con ese anciano de traje blanco, sombrero de pana y un bastón de caoba, en el que se decía guardaba una larga daga en su interior ahuecado.

De don Perico se comentaban hazañas de su pasado, de cuando las guerras del sur a principios de siglo. Creó una leyenda de hombre bravo, de riesgos, de lealtades profundas. Fue hombre de la hueste de Luis Felipe Vidal, el caudillo más notorio de Azua y las comarcas colindantes.

Desde una prudente distancia, yo lo observaba de reojo. Con las dos manos en el bastón, colocado sobre los muslos, don Perico, solitario, parecía sumergido en pensamientos profundos. No me atrevía a interrumpirlo. Así pasó un tiempo largo, hasta que lo vi relajarse. Temiendo que fuera a irse, y no vislumbrando otra ocasión propicia para hablar con él, ya que casi nunca salía de la casa, decidí abordarlo. Me acerqué despacio, con una mezcla de resolución y temor, hasta que me vi frente al viejo caudillo. Lo saludé por su nombre, respetuosamente.

Con calma, como si me estuviera esperando, me devolvió el saludo con una sonrisa en la que se le veían sus dientes fuertes. Sentí que tenía ganas de hablar, de compartir con alguien. Me dio la confianza necesaria para introducirme con el tema que me inquietaba.

Le pregunté acerca de las elecciones presidenciales que estaban a punto de celebrarse, de sus simpatías, de por quién iba a votar, qué opinaba de las mismas. Le hablé con voz clara, segura. Me pidió que tomara asiento, como si la respuesta fuera a ser muy larga. Me sentí halagado y miré para todos lados, deseoso de que los amigos me vieran con don Perico.

De los robles se desprendían florecitas blancas, que formaban alfombra en los corredores del parque.

Me dijo que iba a ejercer el derecho al voto, como correspondía a todo ciudadano, y que su preferencia, aunque era algo privado, la iba a compartir conmigo.

“Voy a votar por el doctor Jaime Fernández – afirmó-, consciente de que no tiene ninguna oportunidad de ganar”.

De ese doctor Fernández yo conocía poco. En esos días se había convertido en el principal dirigente del partido de García Godoy, tras la muerte de este último. Después confirmé que era un hombre honesto.

“La vida me ha enseñado, querido amigo, que la principal conquista del hombre es poder dormir con la conciencia tranquila. Por el único candidato que yo votaría y luego me fuera a la cama sin remordimientos es por el doctor Jaime Fernández. Es un político honesto. No lo conozco personalmente, pero esos son los informes que tengo.”

Agarró el bastón con firmeza, como si estuviera blandiendo la daga, y agregó: “Con esto me cuido de los abusadores aquí abajo”. Y apuntando hacia arriba, dijo: “Y allá en los cielos, de ese Dios que todo lo ve y que a su tiempo nos juzgará”.

Don Perico abundó acerca de las consecuencias de las malas elecciones de los pueblos. De la inconsciencia de la gente al ejercer el sufragio.

Nos despedimos sin promesas de volvernos a ver. Tal vez a sus ochenta años todo próximo instante es incierto, y la única verdad es el eterno presente.

5.09.2010

República Dominicana: un país sin oposición

Por primera vez, después de la muerte de Trujillo, la República Dominicana se encuentra sin un liderazgo firme y confiable en la oposición política, de cara a un gobierno corrupto, inescrupuloso y mesiánico como el que preside Leonel Fernández.

En 1961, muerto el tirano, frente a los gobiernos de Ranfis Trujillo y Joaquín Balaguer, la oposición política estuvo representada por hombres del valor y la estatura moral y cívica de Viriato Fiallo y Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo). Ambos batallaron sin dobleces hasta derrotar al trujillismo criminal y aplastante representado por el hijo de Trujillo, quien salió huyendo el19 de noviembre de ese año, y por Joaquín Balaguer, que le sucedió, y que luego de una fuerte resistencia caía de bruces el 18 de enero del año siguiente. Eran días de posiciones heroicas, cuando aún se creía en el concepto patria.
Luego del derrocamiento del gobierno de Juan Bosch el 25 de septiembre de 1963, pasó a gobernar el país un Triunvirato, que se caracterizó por el robo a dos manos y la represión política a la oposición. Manolo muere en las montañas, donde se levanta en armas para derrocar a los golpistas; Viriato Fiallo colapsa y entonces la oposición pasa a ser dirigida por José Francisco Peña Gómez, que se yergue como un gigante, hasta dar al traste con el gobierno de facto el 25 de abril de 1965. Estalla la gloriosa Revolución de Abril.

En 1966 se inicia una de las épocas más negras de la historia dominicana: los nefastos doce años de Joaquín Balaguer. Nunca como entonces hubo tantos crímenes de orden político y tanta corrupción en el tren del Estado. Ni siquiera en la Era de Trujillo. La oposición a esos ominosos doce años estuvo dirigida por Peña Gómez, acompañado de hombres de valor y de principios como Antonio Guzmán, Jacobo Majluta y otros. En las elecciones de mayo de 1978, el pueblo dominicano, bajo esa dirección efectiva, saca del poder a Balaguer. Se da inicio a un orden político más respetuoso a los derechos ciudadanos.

Ocho años después, Balaguer, ayudado por los poderes fácticos, vuelve al poder en mayo de 1986. Comienza la era de los diez años. Se trata del regreso al autoritarismo y a la corrupción. El continuismo obsesiona a este intelectual sombrío. Salvo el asesinato político de Narcisazo, aunque éste vale por cien, no se cometen otros crímenes. La mano homicida se ha detenido.

Para las elecciones del 90, en que se enfrentan Bosch y Balaguer, el PRD está dividido; sus votos se vuelcan hacia la candidatura de Juan Bosch. Hay que votar por el menos malo. Balaguer comete otro de sus acostumbrados fraudes. Bosch no se lo disputa.

Llega de esta forma la gran batalla del 94. Peña Gómez regresa remozado al ruedo político. Su partido está unido alrededor de él. Balaguer tiene de frente a una oposición invencible. Así es. Peña Gómez vence a Balaguer por un margen enorme, pero éste comete un fraude colosal. Se entra en una crisis política que culmina en unas negociaciones en las que a Balaguer se le recorta el mandato a dos años de cuatro que le tocarían constitucionalmente. Se celebran nuevas elecciones en el 96, sin la participación de Balaguer, como estipulaba el acuerdo, y éste, resentido contra Peña Gómez y su compañero de boleta a la vicepresidencia, Fernando Alvarez Bogaert, se une al candidato que rivaliza con Peña, Leonel Fernández, del partido de Juan Bosch, y nueva vez, con maniobras fraudulentas, logran imponerse al PRD.

Peña Gómez muere, pero el PRD, con un nuevo líder, Hipólito Mejía, que convence al pueblo con un discurso sencillo y pegajoso, gana las elecciones del año 2000.

Ahora voy al asunto que motiva este artículo: la oposición política de hoy frente al gobierno de Leonel Fernández. A partir del triunfo del Partido de la Liberación Dominicana en el 2004, el presidente electo Leonel Fernández se ha adueñado del país. Ha realizado los gobiernos más corruptos que registra la historia dominicana, con total impunidad. El, personalmente, se ha enriquecido desde el poder de forma escandalosa. Y no sucede nada. El país parece haberse anestesiado con su discurso de seseos incesantes. Pero lo peor del caso es que el partido que ha debido echar la batalla está en manos de un hábil comerciante, sin discurso, sin talento, sin formación intelectual; un capitán que no convoca el sacrificio y el entusiasmo del soldado. Nunca antes el PRD había tenido una dirección tan desacreditada, tan bochornosamente incapaz. Es así como el país pensante se ha invadido de pesimismo. Hay un gran dolor sin esperanza.

5.02.2010

Ritual satánico de Joaquín Balaguer (Fragmento de "El pacto de los rencores")

Para octubre de 1992, Joaquín Balaguer sufrió la pérdida repentina de su querida hermana Ema Balaguer. La señora murió de un infarto al miocardio en su casa, recién llegada de una visita al monumental Faro a Colón, una obra terminada ese año por el gobierno de su hermano. La ciudad capital se llenó de comentarios. La versión más socorrida acerca de la causa de la muerte, era que había sido víctima del maleficio que ofrecía el Almirante descubridor Cristóbal Colón. Era una creencia muy generalizada entre los dominicanos, que todo contacto con la figura de Colón daba mala suerte, incluso alentaba la tragedia. La mató “el fucú”, decía la gente.

Ante la construcción del faro se desataron muchas críticas a Balaguer. La enorme mole de cemento era un dispendio en un país plagado por la miseria. Balaguer, soberbio, lanzó un desafío a sus críticos. “Sólo Dios podría impedir que yo inaugure el faro”. Se dice que la muerte de su hermana fue un castigo de Dios a su soberbia.

El presidente, al ser notificado de la dolorosa muerte de su hermana, voló inmediatamente del palacio de gobierno a su casa, que era la misma de su hermana. Una vez allí, impartió órdenes precisas que fueron cumplidas sin demora. “Coloquen el cadáver sobre su cama. Pónganlo sobre un colchón de hielo para que no se descomponga y cierren la habitación herméticamente”. Balaguer hizo que le colocaran un sillón al lado de la muerta, se sentó allí, le tomó la mano derecha con su mano izquierda y se dispuso a pasar en aquel lugar tres días y tres noches encerrado, sin más compañía que el cadáver de su hermana Ema. Eran las tres de la tarde de un sábado de aquel octubre. Sólo una persona de su extrema confianza podía entrar a llevarle su jugo de jagua y un helado de tamarindo, así como ponerle el hielo necesario al cadáver y sacar el agua del hielo derretido. ¿Qué significaba todo aquello? Se trataba de un ritual satánico.

“Soy de hierro
La fuerza toda en mí se resume
Cual todas las maldades las resume Satán.”

Consistía este ritual en lo siguiente: cerrado el cuarto, el alma de la muerta no podía salir, salvo por el conducto de la mano –una especie de correa de transmisión–, para pasar al cuerpo de quien la asiera. Según el ritual el cuerpo de la muerta no podía estar en ataúd, sino sobre su cama, como en efecto se había hecho. Para que la ceremonia tuviera el efecto deseado, debía durar tres días y tres noches; al cabo el alma era absorbida absolutamente por quien tuviese la mano de la muerta agarrada. No podía soltarla en ningún momento. Ese tiempo era dedicado por el destinatario del alma a una concentración profunda y de ruegos a entidades superiores, que le entregarían el espíritu solicitado. ¿A quién o a quiénes en realidad imploraba Balaguer? Al demonio, según el criterio de un experto en esta clase de misterios. Afirmaba asimismo que Joaquín Balaguer fue uno de los pocos magos mayores de su tiempo. Que tenía la facultad de comunicarse con las divinidades satánicas. “El cardenal López Rodríguez es otro”, con igual o parecida fuerza.

Alguien, enterado del propósito del ritual practicado por Balaguer, exclamó con hondo deseo: “Oh, Dios, ojalá el espíritu de esa noble señora se apodere del espíritu y del cuerpo de ese azote de su pueblo”.

Al cabo de tres días y tres noches sin dormir, sin fatiga alguna, apenas topándose el estómago, Balaguer emergió a la vida como de las profundidades de un lugar misterioso, rejuvenecido, con una vitalidad que asombró a deudos y a amigos que esperaban en los espacios contiguos. El hombre se había alimentado con el espíritu de la muerta.

Esa noche se dispuso la preparación del cadáver y una multitud de indigentes nubló las calles aledañas, anegadas en llantos en muestra de dolor por la muerte de tan buena señora. Un lúgubre susurro se expandió por toda la ciudad.